El viaje a Hong Kong de la Compañía Buenos Aires Títeres
Hace dos años la Compañía Buenos Aires Títeres viajó a Hong Kong invitada por el Ming Ri Institute de educación por el arte. Durante dos semanas dieron funciones de sus obras Huevito de ida y vuelta y Manifonías a niños de escuelas primarias y jardín entre semana y abiertas a público los fines de semana. El relato de las impresiones del viaje de los integrantes del grupo,Sandra Antman, Mario Marino y Mariano Cossa, es una vívida descripción del encuentro de argentinos con China.
No van a volver a ver lo que ven ahora
Sandra: En noviembre del 2008 participamos en el Festival de Tolosa. Fuimos sin muchas expectativas de trabajo a futuro, sin embargo vio nuestro espectáculo el director de un Instituto para la educación por las artes para niños escuela china, nos pidió que nos reuniéramos . Nos preguntó si aceptaríamos ser convidados a Hong Kong. Sacó una agenda, la estudió un rato y nos preguntó en qué fecha nos convenía… del 2010. ¡Para nosotros el 2010 era el futuro! Dijimos que nos convenía “abril”, luego de un cálculo muy grosso modo y él anotó los días, y quizás anotó las horas. Nos estaba contratando alguien que trabajaba con mucha precisión(china), y así fue de ahí en más, todo: los viajes, las funciones…
Mariano: En la charla, entre su inglés y el nuestro, entendíamos que no había dinero, pensamos que no nos pagarían. Luego comprendimos que Simon Wong nos advertía que no podía pagarnos la suma que cobran las compañías en Europa. La verdad es que estábamos muy felices de poder hacer ese viaje y entrar en contacto con la cultura china.
Mariano: Llegamos un día a las seis y media de la mañana. Cuando estábamos por entrar al hotel nos hicieron mirar la calle, identificar el banco, la boca del subte cercana, las principales referencias, y nos dijeron: “observen bien, porque no van a volver a ver lo que ven ahora”. No entendimos qué nos quisieron decir hasta que salimos unas horas más tarde: chocamos con un océano de gente, con el mismo movimiento de un océano, pero con una materia más densa. Ciertamente, el lugar era irreconocible.
Sandra: Estábamos en el barrio de mayor densidad demográfica del planeta, Mongkok, en Kowloon, la parte continental de Hong Kong.
Mariano: La densidad no es sólo de personas. Todo está comprimido en pequeños espacios. Es casi inimaginable para nosotros, habría que pensar en un barrio de Once cien veces más denso. Cuando llegamos, entramos a un edificio por una puerta de hierro que no decía nada. Adentro podría haber habido un pequeño depósito, pero entrabas a un lugar que tenía en la planta baja un McDonald’s, tiendas, casas de computación y otros negocios, en el primer piso una perfumería, oficinas, una línea aérea… en el tercer piso, una juguetería, un despachante de aduana, una peluquería de perros… Y entre todo eso, una puerta que daba al alojamiento.
Sandra: Las habitaciones eran mínimas, casi no entraba más que la cama. La primera impresión que tuvimos fue de opresión, hasta de miedo. Luego nos fuimos acostumbrando.
Mariano: Y cada una de las puertas que daban a la calle, tenían adentro un mundo entero, como el de nuestro edificio.
Exótica densidad
Sandra: Por la calle, como acá hay menúes de comida, había menúes de masajes, el más caro de 30 dólares.
Mario: Todo el tiempo tenía la sensación de que alucinaba. Estábamos paseando y de repente aparecíamos en un mercado de artículos de jade, o en el medio de un mercado de mascotas, rodeados de millones de animales que nunca habíamos visto en nuestra vida. Te parás en los puestos de comida y no sabés qué es ni una sola de las cosas que venden. En todas partes hay hierbas para medicina y seres extraños para comer. Eran tantas cosas que veía, todas diferentes a las que yo conocía, ninguna familiar, gestos diferentes, colores, sabores que nunca había sentido. Eran tantos estímulos que de noche no podía dormir.
Sandra: Todo es un mercado. Todos los precios se regatean; nos enseñaron que los chinos pagaban uno lo que a los extranjeros le cobraban 10, de modo que había margen para el regateo. Luego, la situación del regateo es una pantomima, se ríen a las carcajadas cuando proponés un precio, lo comentan con el vecino del puesto de al lado, luego te van a buscar, vos te vas desairado, corren y te agarran y te traen de nuevo, se enojan ante una nueva oferta que hacés… Todo está a la venta, animales, comida, masajes, infinitos objetos (los adornos son de mejor material y mejor acabados que los que venden acá). Vimos muchos objetos que eran como el merchandising del antiguo comunismo: cartas con cara de Mao, muñequitos de comunistas célebres, etc.
Todo funcionaba perfectamente
Mariano: Todo es muy seguro. Ves a la gente sentada en el subte con su notebook. Pese a la cantidad increíble de gente que hay, no se empujan, y pese a los millones de celulares, no ves esa escena de alguien que habla a los gritos.
Sandra: En realidad, la gente no se toca. Saludás de lejos, sólo a veces la mano, cuando entienden que sos de afuera y es tu costumbre. Cuando nos dábamos un beso, escuchábamos que se reían. Es increíble que todos estén a centímetros de los demás, pero jamás se tocan.
Mariano: Pese a la cantidad increíble de gente y pese a la infinidad de puestos de comida que exhalaban un aliento de frituras y especias, no vimos una sola mosca, ni una sola cucaracha. Todo estaba impecablemente limpio.
Sandra: Continuamente había gente limpiando. Fueron las únicas personas que vimos con la ropa que conocemos como tradicional china, el sombrero, la casaca y el pantalón rectos. El resto se vestía muy modernamente. Todo es una avanzada de la modernidad. Entre los jóvenes hay una altísima androginia, todo el tiempo estábamos preguntándonos ¿es varón o mujer?
Mariano: Me impresionó mucho el subte. Todo funcionaba perfectamente, no había suciedad, ni escaleras mecánicas clausuradas, ni carteles escritos a mano, ni demoras.
Sandra: Los precios eran muy buenos, teníamos la sensación de que la comida, el alojamiento, estaban regalados. A la vez había cosas carísimas. Había un shopping mall entero de joyas y otro tan sofisticado que en los baños de mujeres había dispuestos para usarlos libremente maquillajes de Lancome.
Mario: Fuimos en telesférico desde la península a la isla de Lantau, y allí visitamos el Monasterio Po Lin y el Gran Buda, de bronce, que mide 30 metros. Subimos por una escalera altísima, y mientras subíamos íbamos viendo los colores que nos rodeaban, naranjas, rosas, violetas, y el Buda está con esa especie de sonrisa, un Dios tan feliz… Sentí una paz… En ese momento quise hacerme budista.
Los chicos se reían como se ríen los de Buenos Aires
Sandra: Dimos funciones todos los días para chicos de escuelas primarias y jardín. Fue muy cómodo para nosotros: armamos una sala, y allí dimos las obras. Era un teatro alucinante con técnicos de primera que entendieron perfectamente y “de una” nuestros requerimientos. Lo de la comodidad fue montar y dejar montado toda la semana cada espectáculo (una semana uno, la otra el otro) O sea, sólo llegar para hacer la función…
Mariano: Fue muy interesante que, siendo Hong Kong un lugar en donde la cultura no es lo más importante, vinieron muchos chicos que quizás iban por primera vez al teatro. Nos dijeron: “al final de cada función deberán aguantar que todo el público quiera sacarse fotos con ustedes”. Y así fue. Todos venían a fotografiarse con nosotros.
Sandra: Estábamos al otro lado del mundo, ni sé a qué cantidad de kilómetros, y los chicos se reían como se ríen los de Buenos Aires, en los mismos momentos, y en los mismos momentos reaccionaban de la misma manera y gritaban las mismas cosas, “¡allá!, ¡cuidado!, ¡está ahí atrás!”. Fue entonces que sentimos que habíamos hecho algo bueno.
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